Cuando vi un video circulando en línea de una mujer glamorosa caminando casualmente junto a un enorme cocodrilo antropomórfico con un elegante vestido, supe que estaba frente a uno de los últimos ejemplos de contenido generado por Inteligencia Artificial. El clip era surrealista, encantador a su manera, pero para aquellos familiarizados con estas nuevas tecnologías era claramente el producto de la creatividad de una computadora.
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El Daily Mail analizó este fenómeno centrando su atención no tanto en las imágenes como en los comentarios que estas fotos suscitan. Ante la imagen de la mujer con el hombre-cocodrilo, muchos se preguntaron si realmente era seguro tener un reptil de ese tamaño como “mascota”, mientras que otros se indignaron por la “crueldad” de vestir a un cocodrilo como un ser humano. Se trataba en su mayoría de usuarios pertenecientes a un grupo de mayor edad. Son ellos los que tienen dificultades para distinguir la fantasía tecnológica de la realidad.
Es fácil adivinar que la mayoría de estos comentarios provienen de usuarios mayores de 60 años, los llamados “Boomers”. Al crecer en una era muy alejada de la sofisticación de la IA, a muchos de ellos les cuesta reconocer el contenido digital artificial, especialmente cuando la ilusión está tan bien elaborada. Después de todo, no todo el mundo tiene las herramientas y la familiaridad con software o plataformas avanzadas y, a veces, la sorpresa se convierte en confusión. La rápida difusión de imágenes y vídeos generados por Inteligencia Artificial está barajando las cartas: en pocos segundos, un contenido “imposible” circula por las redes sociales, acumula miles de clics y acaba engañando a personas que ni siquiera sospechan de la existencia de algoritmos tan potentes.
Las creaciones de IA adoptan formas cada vez más diversas, a menudo etiquetadas de manera irónica o provocativa. Existe la llamada “papilla de lástima”, con imágenes conmovedoras de personas en situaciones dramáticas o conmovedoras, como la mujer de cincuenta años que celebra sola su cumpleaños o la niña que abraza a su cachorro en un barco de refugiados. No falta la “basura religiosa”, en la que aparecen esqueletos de presuntos ángeles o personajes sagrados retratados en situaciones grotescas, como Jesús cargando un camarón gigante. Y luego está la “basura de las celebridades”, donde vemos a filántropos multimillonarios o celebridades inmortalizadas en gestos heroicos o absurdos. Cada variación, por absurda que sea, atrae clics y comparticiones, desencadenando un círculo vicioso que amplifica la difusión de ese contenido.
Lo que hace que estas imágenes y vídeos se vuelvan virales no es sólo su naturaleza curiosa o extraña, sino también la cantidad de interacciones que reciben, especialmente de usuarios más maduros. Los baby boomers no producen directamente este contenido, pero su reacción de sorpresa, indignación o simplemente aturdimiento genera una cascada de “me gusta” y “compartir”.
Las plataformas de redes sociales, impulsadas por algoritmos que recompensan las publicaciones más comentadas, terminan mostrando estos videos y fotos a una audiencia aún más amplia. De esta manera, los autores de dichos contenidos -sean humanos o IA- explotan la curiosidad o ingenuidad de quienes no sospechan del engaño, haciendo rebotar estas imágenes por todas partes.
El mismo fenómeno ya se había visto en la época del correo electrónico: cadenas interminables que prometían mala suerte si no se reenviaban o estafadores que se hacían pasar por nobles africanos que buscaban ayuda. Hoy en día, la tecnología ha evolucionado hasta el punto de generar rostros, manos y criaturas fantásticas cada vez más realistas. La buena noticia es que, al igual que ocurre con los correos electrónicos no deseados, en el futuro podremos contar con software que pueda filtrar y marcar imágenes falsas o modificadas. Mientras tanto, sin embargo, es esencial adoptar una pizca de escepticismo y preguntarse, antes de compartir algo: “¿Tiene realmente sentido esta escena? ¿Es plausible que un cocodrilo gigante desfile con traje y corbata o que un camello haga paracaidismo?
Es innegable que el vertiginoso crecimiento de la IA trae consigo consecuencias potencialmente alarmantes, como la difusión de noticias falsas, la manipulación de la opinión pública y la creación de estafas cada vez más creíbles. Incluso personajes muy conocidos, como el expresidente Donald Trump, se han topado con fotografías o vídeos generados artificialmente y los han confundido con reales. Lo llamativo es la posibilidad de que, a fuerza de ver imágenes extraordinarias pero falsas, muchos pierdan la capacidad de asombrarse ante proyectos reales e increíbles. ¿Cómo puedes sorprenderte con una auténtica obra maestra hecha a mano cuando circulan por internet fotos de un gigantesco top tejido a crochet, totalmente inventado? Probablemente, cuando sea el turno de la Generación del Milenio de abordar las próximas tecnologías, también nos encontraremos perdidos. Tal vez hablemos durante horas por teléfono con un holograma fantasma o seamos engañados por estafas digitales aún más sofisticadas. Es el ciclo natural de la innovación, que nos obliga a cuestionar los límites entre lo real y lo virtual.
Antes de compartir contenido descaradamente absurdo, deberíamos preguntarnos si estamos cayendo en la trampa de los creadores de basura y sus algoritmos. Un mínimo de espíritu crítico, combinado con la experiencia adquirida durante años de navegación por Internet, puede evitar que hagamos el ridículo y, sobre todo, limitar la circulación de imágenes creadas ad hoc para generar confusión (¡y clics!). Por ahora, el mensaje es claro: no nos convirtamos en “cerdos de internet” dispuestos a consumir cualquier plato tecnológico que se nos sirva. Hay que cultivar la curiosidad, pero con un poco de realismo saludable. Y tal vez, si vemos un cocodrilo con frac paseando por la ciudad, al menos preguntémonos si la Inteligencia Artificial tiene algo que ver con ello.