Un globo de acero del tamaño de una cabeza. En su interior, tecnología avanzada para escanear tu iris y determinar si eres humano. A cambio, recibes criptomonedas. Se trata de Orb, el dispositivo lanzado por Sam Altman, CEO de OpenAI y fundador de Tools for Humanity. ¿El objetivo? Construya un mapa biométrico global y asigne una identidad digital única a cada ser humano. Pero detrás de esta promesa se esconde un proyecto que ya ha hecho sonar más de una alarma.
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Orbe aparece como una esfera brillante que escanea tu iris para verificar su singularidad. Una vez completado el proceso, el usuario recibe Worldcoin, una criptomoneda vinculada al proyecto. El objetivo declarado es garantizar que cada identidad digital esté vinculada a una persona real y única, para evitar el fraude y distinguir a los humanos de las inteligencias artificiales.
El escaneo es anónimo, dicen los creadores, y los datos biométricos no están asociados a nombres o direcciones. Pero eso no ha disipado los temores sobre el alcance del proyecto y la posibilidad de una vigilancia a gran escala.
Según Altman, la expansión de la IA generativa pronto hará indispensable un sistema que distinga claramente a los humanos de las máquinas. Orb sería la respuesta: cada persona recibe una identificación biométrica global, válida en todas partes, basada en su iris.
El plan requiere miles de Orbes en todo el mundo, ubicados en centros digitales y centros urbanos. Una base de datos universal de identidades biométricas, promocionada como la clave para la seguridad y la equidad en línea, pero que muchos ven como un paso hacia la elaboración de perfiles de toda la humanidad.
La recompensa de la criptomoneda no es aleatoria. Sirve para atraer usuarios, especialmente en países en desarrollo, donde incluso unos pocos dólares en activos digitales pueden ser un incentivo significativo. Aquí es donde el proyecto está ganando más impulso.
Worldcoin es la moneda asociada a la identidad biométrica obtenida con Orb. Pero más que una moneda, parece un medio de recopilación de datos a nivel global, disfrazado de premio tecnológico.
Las reacciones no se hicieron esperar. Los activistas y las autoridades encargadas de la protección de la privacidad han expresado fuertes preocupaciones. La recopilación de datos biométricos tan sensibles, aunque teóricamente anónimos, abre escenarios inquietantes: ¿quién controlará la base de datos? ¿Qué pasa si lo hackean?
Algunas autoridades reguladoras también han abierto ya investigaciones sobre el proyecto, especialmente en Europa y África. Las preguntas son muchas: ¿el usuario es realmente consciente de lo que está renunciando? ¿Los datos se pueden eliminar? Y en el futuro, ¿quién podrá acceder a estas identidades digitales?
Sam Altman ha defendido a Orb como una necesidad para el futuro digital. En una entrevista reciente, dijo: «En el mundo que se avecina, donde la IA estará en todas partes, necesitaremos saber quién es humano. Esta es la forma más segura y correcta de hacerlo».
Altman promete transparencia y control por parte del usuario, pero la sombra de la vigilancia biométrica global continúa acechando. Si Orb tiene éxito, pronto podríamos encontrarnos en un mundo donde la identidad digital –y el control sobre ella– se realice a través de los ojos.