No es una escena de una película de comedia, sino la pura realidad. En Costa Rica, un grupo de reclusos ha ideado un ingenioso y perturbador método para introducir drogas en prisión: utilizar un gato como mensajero.
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El felino, avistado cerca del penal de Pococí, caminaba con dos paquetes atados fuertemente a su cuerpo con cinta adhesiva. Los guardias de la prisión lo detuvieron y, para su sorpresa, descubrieron que el felino portaba 235 gramos de marihuana, casi 68 gramos de crack y hojas de papel utilizadas para empaquetar las dosis.
Según las autoridades locales, los internos atraían al gato ofreciéndole comida regularmente. Luego, un cómplice que estaba afuera supuestamente le pegó la droga, dejándolo libre para atravesar las puertas como si nada hubiera sucedido.
El plan, sin embargo, no tuvo éxito: el gato, apodado “Narcomichi” por los usuarios de las redes sociales, fue detenido a tiempo y confiado al cuidado del Servicio Nacional de Sanidad Animal. Ahora se están llevando a cabo investigaciones para identificar a los responsables de esta loca estratagema.
No es la primera vez que se explotan animales para el tráfico ilícito: casos similares se han registrado en otros países en el pasado, con palomas mensajeras e incluso drones utilizados para introducir droga en las cárceles. El episodio ha provocado indignación e ironía en Internet, pero también plantea serias preguntas sobre la seguridad en las instituciones penitenciarias y el uso cruel de animales con fines criminales.